Postales conurbanas de Navidad
Patricio Mussi: heredero y cristinista |
La
visita al barrio para cumplir con el folklore anual de una fiesta familiar
siempre parece un eterno retorno. Y no pocas veces deja el sabor de una
bienvenida al desierto de lo real. O, por lo menos, a ese realismo mágico al
que llaman conurbano bonaerense.
Sociedad y Estado. Decidí caminar las poco más de 20
cuadras que separan la estación de tren de la casa de la familia. Cuando estoy
llegando al barrio, desde unas cuantas cuadras antes se levanta un imponente
edificio espejado que desentona con todo el paisaje que hay a su alrededor. Una construcción más propia de Nordelta o de Puerto Madero que de Berazategui y contrasta
más aún en un barrio como este. Más cerca puedo divisar que se trata del flamante
Palacio Municipal. Se mudó desde uno de los extremos hacia el centro del
distrito. No hacia lo que se denomina históricamente el centro (comercial),
sino más alejado y a la vez más cerca.
Cuando
llego pregunto: “Che, estos mudaron la municipalidad”. A coro me responden: “Claro,
viste lo que es ese edificio? Ta re bueno. Ahora tenemos todo más cerca,
incluidos los impuestos que llegan con una velocidad impresionante.” Afirma
irónicamente alguno de los parientes.
El
intendente decidió acercar el primer mostrador del Estado al centro de la
sociedad (acentuando las diferencias entre una cosa y la otra, no vaya a ser
que alguno se confunda) y las aspiraciones están en un punto tal que ahorrarse
un poco de tiempo para el tramiterío e incluso para pagar los impuestos, se lea
como una conquista. Además, la presencia del municipio “valoriza la zona”.
No
es mal negocio para gente que ocho años atrás ocupaba esos terrenos, se bancaba
algunos desalojos y las topadoras que destruían los primeros ranchos, hasta que
la situación quedó en un limbo precario, pero un poco más firme. Empezaron a
levantar las casas que hoy pueblan las viejas canchitas de fútbol donde
pasábamos los días y algunas noches todos los craks que no llegamos.
Muchas
veces me pregunté si mi participación activa desde hace más de 20 años en la
lucha “en general” (incluidos sus miles de conflictos), justificaba mi ausencia de estas luchas “en particular”,
dadas por gente cuya condición (que también era la mía) me impulsó a la
militancia política revolucionaria.
Siempre
me respondí que sí, pero me hubiese gustado estar a la par de todos, enfrentando
a la cana cuando “tiraba abajo las casitas”, según el triste recuerdo de una de
mis sobrinas que comenzaba a dar sus primeros pasos por aquellos años con una clase práctica sobre el Estado. Era su forma de ganar algo,
un techo, que también era “para mi país”, habiendo tantos ganadores de la
década ganada.
No
daba para ponerse en maestro ciruela del izquierdismo y explicar que si fuera
por el clan que ocupa la municipalidad hace décadas, no habría ni casita, ni
terreno, ni impuestos urgentes y muy probablemente toda esa multiplicación geométrica de
familias se hubiese tenido que amuchar en el escaso espacio que les asigna el
conurbano. Además, es muy probable que el chanta que hoy oficia de intendente haya
estado detrás de los llamados para desalojar los terrenos, hasta que se le
impuso la relación de fuerzas.
Aunque
algo de eso lo sabían mejor que yo, cuando me explicaban que estos terrenos
eran privados e iban a ser expropiados por el Estado municipal y la gente
fue a ponerle el pecho a los ediles y no se animaron a votar tal expropiación
para algún jugoso proyecto inmobiliario. No sé si habrán ocurrido tan así las
cosas, pero por el momento preferí quedarme con esa versión de la conquista de
la lucha extraparlamentaria del municipalismo.
Este
intendente de genes duhaldistas, devenido en más cristinista que Cristina,
tiene cosas bizarras. Hace poco leímos que publicaba los avisos en Página 12 (que tiene tanta circulación
en la “capital nacional del vidrio” como el Le
Monde francés o el de Natanson, para el caso es igual) y ahora vimos que en
el sitio web del municipio se anuncia que pueden mirarse desde el portal los
programas de 678. Hay colgados 555
videos y tienen 801 vistas (uno y medio por video).
Habría
que explicarle al Mussi Jnr. que en esta zona viven las sirvientas “excluidas”
de esa tremenda batalla cultural que se libra en Palermo y que no lloraron a Néstor.
Cuando Sandra Russo derramaba lágrimas de cocodrilo y su vecina gorila, una
sonrisita cínica; había que seguir limpiando la mugre de ambas y más o menos en
las mismas condiciones.
División del Trabajo. Ejercitando una suerte de sociología barata y
zapatos de barro, se puede decir que en la división metropolitana del trabajo,
gran parte de la zona sur, sobre todo del ramal Quilmes –ese por donde no pasó
Randazzo, doy fe con este último viaje- (así como La Matanza y parte del
oeste), aportan la mayoría del precariado.
Empleadas
domésticas, a quienes la clase media describe con el eufemismo de “la chica que ayuda en casa”; albañiles (desde peones, hasta los maestros mayores de obra);
plomeros; gasistas matriculados legalmente, con matrícula comprada o de los
otros; algunos herreros más profesionales; porteros de edificio. Desde ya que
hay obreros de fábrica, docentes (mi vieja y mi hermana, sin ir más lejos), estatales
y de todas las profesiones, así como sus correspondientes porciones de clase
media. El resto, chorros y policías (asociados o no). Pero la división es a trazo
grueso, por comparación con la zona norte, digamos; en la que también hay de
todo, pero donde existe una impronta más proletaria tradicional. Es una hipótesis a la altura de un blog che, no una tesis doctoral.
Los
movimientos sociales de la zona sur, que supo ser terreno fértil para las
organizaciones de desocupados, así como las distintas expresiones políticas
algo tienen que ver con estas condiciones estructurales.
Ampliación de derechos. Alguien me interroga: “¿te acordás
de X., el puto?”, e inmediatamente se arrepiente del uso de un calificativo de por sí discriminatorio y empieza a buscar algún otro más políticamente correcto. En
ese momento, a mí me preocupaba menos su incorrección que lo que había sido de
aquel pibe que decía que me tenía aprecio, no porque haya sido muy “gay friendly”
en medio de esa jungla de atraso del conurbano de fines de los ochenta y
principios de los noventa; sino porque intentaba ponerle límites a los
animales que tenía como amigos y que encontraban su diversión barata en el agravio
cruel. “Vos lo ves ahora y no lo
reconocés, es toda una mujer ‘hecha y derecha’”, me explican, aclarando para
oscurecer. “Ah, mirá vos y a qué se dedica?”, pregunto ilusionado. “Ah no, hace
lo mismo que hizo su mamá toda la vida, es empleada doméstica”.
Me
pareció una perfecta síntesis de la “ampliación de derechos” kirchnerista (en la que no deja de haber conquistas productos de largas peleas). Hoy
te podemos aceptar hasta tu condición sexual, pero a condición de que sigas haciendo lo que se debe: limpiarle la
mugre a algún ricachón ocupado en la “batalla cultural”, de un lado o del otro. Y el progresismo hasta puede jactarse de su amplitud para aceptar las particulares
condiciones de… “la chica que ayuda en casa”, que amplían su horizonte de
aceptabilidad a tono con los tiempos.
Violencia es mentir. “El barrio está bastante tranquilo”,
me aseguran con vehemencia. “Excepto el
que mataron acá a la vuelta el domingo, en general está todo tanqui”. Y
cuando decían acá a la vuelta, era literalmente acá a la vuelta, es decir, a
menos de cien metros. Una parte de los terrenos ocupados se destinó a una
canchita de fútbol que parece que se convirtió en la “Sociedad Los Manzanos”.
No dejó de llamarme la atención la diferencia entre las percepciones relativas
de la violencia y la “inseguridad”, en un país que es combinado, pero muy desigual.
Un fiambre sólo a la vuelta de tu casa es sinónimo de tranquilidad.
Inmediatamente, empezaron las disquisiciones sobre los balazos. La cosa es que el 25 vinieron algunos que habían pasado la “Nochebuena” en otra casa por la zona y cuentan que a poco de las doce sintieron algo que rebotó en la mesa y en la pared. Pensaron que era una bala y efectivamente como a las dos horas alguien la encontró, o sea, se salvaron de pedo. No tuvo nada que ver la especial "situación gravitatoria" del distrito que tan bien supo contar Fabian Casas (el otro).
Ahí empezaron anécdotas de balazos que atravesaron techos de zinc o distintas variaciones de chapas más o menos con la misma resistencia: poca. Y los cálculos matemáticos de amontonamiento suburbano de policías, chorros, frágiles techos, inconsciencia colectiva y muchos grados de alcohol que facilitan el gatillazo al aire en nombre de alguno de "los barbudos" (Papa Noel o Jesús), le dan verosimilitud a las historias que siempre tienen su cuota de exageración.
Una
“noche buena” que casi se convierte en una noche de mierda. Una navidad sin
muertos aleatorios por balas de plomo, que en realidad son de cobre… pura suerte. A brindar entonces, por el balazo que no fue, feliz Navidad y próspero Año Nuevo para todos y todas.
-Sobre la ampliación de derechos: no hace mucho me sorprendió enterarme que una alumna de la universidad había vivido en situación de calle hasta entrada la adolescencia. Pudo terminar la primaria y el secundario en un par de años y ahora está a un año de recibirse. Una 'buena' alumna, si algo así pudiera calificarse. No fue la única sorpresa que me llevé, pero sí la más notoria. En general, la mayoría del alumnado no tiene padres universitarios, y todo lo que necesitaban era una universidad cerca, a viaje de colectivo nomás.
ResponderEliminarA veces nos enredamos en el aquí y ahora y nos cuesta ver que los cambios se operan a futuro. Las conquistas de medio pelo para una generación pueden representar un horizonte completamente distinto para las generaciones siguientes.
Con esto no pretendo anular la discusión de fondo. Pero ya que rascamos la superficie, no nos quedemos con las migas que nos vienen bien nomás.
-Sobre la inseguridad: es curioso como yo observé lo opuesto; cuando volví al barrio de clase media acomodada de mis viejos, donde hace años que nos se mata a nadie, no llueven balas, y apenas si se repiten algunos hurtos menores, el comentario fue "hoy en día ya no se puede salir a la calle."
Paradójico.
Saludos.